No es nada fácil llegar a acuerdos en cuanto a lo que el término “respeto” significa. 

Por eso prefiero hablar de criar con consciencia; lo que para mí abarca mucho más en profundidad, la oportunidad que nos dan nuestros hijos de abrir portales a una transformación existencial. 

Sin embargo hoy, enfoquémonos en el respeto. Y aunque no es un concepto fácil de definir, sí hay cosas básicas en las que creo que coincidimos la mayoría.

Respetar al otro (o a uno mismo), implica conocer y aceptar sus posibilidades y limitaciones, no exigirle aquello que por alguna razón no puede o no quiere entregar. 

Significa no forzar, no presionar, no acelerar procesos, no poner al otro en situaciones que no desea, que no disfruta o para las cuales no está preparado. 

¡No!, ni siquiera con una “buena intención” de fondo. Pues muchas veces, esas buenas intenciones, provienen de la ceguera y del ego adulto, y no de las necesidades auténticas de los niños y niñas. 

Significa también amar al otro incondicionalmente, sin esperar que se transforme en algo que no es, o que deje de ser quien puede ser para complacernos. 

¿Y qué tiene que ver todo esto con el movimiento libre?

Comencemos por aclarar que el movimiento libre no es una metodología o una técnica para lograr que nuestros hijos hagan una u otra cosa. 

En realidad, es una mirada frente a la infancia. Es la certeza de que los seres humanos, desde que llegamos al mundo, estamos provistos de toda la potencia necesaria para desarrollarnos en todos los aspectos, de la forma más sana y eficiente. 

Que si tenemos ciertas condiciones en el entorno, no necesitamos intervenciones externas para lograr nuestros procesos. 

La pediatra húngara Emmi Pikler, pudo demostrar claramente que un bebé, cuando cuenta con un sostén afectivo y emocional, y ciertas condiciones prácticas; puede alcanzar por sus propios medios el desarrollo de su motricidad, y hacerlo de una forma armoniosa, orgánica y fluida. 

Sus hallazgos están siendo cada vez más difundidos alrededor del mundo. Para profundizar en su obra, recomiendo su libro de cabecera “moverse en libertad”. Allí describe su impecable trabajo, llevado a cabo durante varias décadas.

Hay mucho por profundizar en los principios del movimiento libre, pero básicamente esta forma de acompañar la infancia, promueve la autonomía, no forzar tiempos ni procesos, no comparar ni estandarizar a los niños. Valorar a los seres humanos por quienes han venido a ser, sin esperar que se conviertan en una u otra cosa, o que agraden o satisfagan las expectativas de otro. 

Así que dentro mi recorrido profesional y personal, confirmo día a día que los hallazgos de Emmi Pikler (no sólo en cuanto al movimiento libre, si no a los cuidados que se le prodigan a un bebé); son, sin lugar a dudas bases sólidas de respeto pleno.

El respeto es una vivencia; y para que un ser humano pueda manifestarla en su entorno, tiene primero que haberla introyectado en sí mismo, gracias al trato que recibió. 

Es urgente que como adultos logremos una transformación en nuestra mirada; que nos demos cuenta quién es el bebé – niño al que estamos acompañando, “quién es”, no “quién queremos que sea”. 

El mundo sería otro si todos fuéramos tratados así, valorados por quienes auténticamente somos, y no por la expectativa que otro tiene de nosotros. 

Anabel Hernández Rivera
Psicóloga infantil