Llevo ya más de 24 horas sin sosiego. Necesito poder sacar, aunque sea un poco del dolor que siento, de la angustia y la desesperación que se quedaron en mí desde ayer en la mañana.

Por eso escribiré sin nada de censura, como quien saca un demonio que no puede contener más dentro suyo.

Ayer en la mañana me encontraba reunida con un grupo de mujeres muy especiales, tratando justamente temas de respeto y valía frente a la infancia. Decidimos ubicarnos muy cerca de una piscina.

…Y claro, tenía que estar sucediendo en ese mismo instante, a pocos metros de nosotras, una escena de plena tortura frente a un bebé.

Comenzamos a escuchar un llanto intenso, de esos que se le cuelan a uno entre los huesos, de esos que una mamá reconoce inmediatamente como un llanto desatendido, como un grito de auxilio. El llanto era intermitente, iba y venía.

Iba y venía porque por momentos ese bebé estaba siendo sumergido en el agua, por lo tanto silenciado, evidentemente todo esto a la fuerza; y apenas podía salir del agua lanzaba nuevamente el grito de auxilio.

Nos demoramos pocos segundos para pararnos de esa mesa e ir a hacer algo. ¿algo?, algo…, ¿algo como qué?

No era mi hijo, así que yo en realidad no podía tomar ninguna decisión. Sabía que una mamá había decidido eso para su bebé, y ¿quién era yo para dar mi opinión o mi percepción al respecto?

Sin embargo no me pude contener, no puedo ser cómplice del maltrato, simplemente no puedo.

Nos acercamos a la mujer que estaba al cuidado del niño, le preguntamos si era la mamá, y nos contestó que no, que si ese fuera uno de sus hijos, ella no permitiría nunca que le hicieran eso. Nos contó que era su niñera.

Así que le pedí autorización para acercarme a hablar con el profesor. Juro que no sabía qué iba a decir. Pero algo más poderoso que yo se hizo cargo de la situación.

Pedí ayuda divina, sabía que desde mi ego humano y desde la rabia y el dolor que sentía no iba a conseguir mucho.

 

y nos contestó que no, que si ese fuera uno de sus hijos, ella no permitiría nunca que le hicieran eso.

Así que después de pedir guía a mi ser superior; me acerqué al profesor, comenzamos a conversar respecto a la clase, le pregunté de qué se trataba, y él muy amablemente empezó a explicarme, a hablar de todos los beneficios que tenía, de cuántos pediatras lo avalaban, de que la certificación era americana, y bla, bla, bla…

 Mientras que el niño seguía llorando y temblando.

Yo se lo quería arrancar de los brazos, pero sabía que necesitaba ser prudente unos cuantos segundos más. Hasta que ya no pude fingir más que lo escuchaba, y con mi corazón roto simplemente le pedí que me dejara sostener el bebé.

El profesor muy sorprendido, y sin poderse explicar qué estaba sucediendo, accedió.

No puedo explicar con palabras lo que sentí al recibir a ese bebé, nos fundimos en un abrazo mientras él dejaba de temblar y poco a poco iba calmando su llanto.

No pude evitar comenzar a derramar lágrimas de dolor profundo, mientras le hablaba suavemente, y le contaba que ya estaba a salvo, incluso le pedí perdón.

Se me olvidó dónde estábamos, quién había alrededor, o lo que pudiera suceder a continuación. Yo solo sabía que tenía en mis manos a un ser que estaba aferrado a mi cuerpo, y estaba decidido a no soltarme.

Aunque yo fuera una desconocida para él, era una desconocida que le estaba dando paz y tranquilidad después del terror que estaba vivenciando.

Nunca voy a olvidar ese abrazo, esos bracitos rodeando mi cuello, las manitos casi clavadas en mi espalda, esa respiración agitada, ese cuerpecito tan indefenso. Y después de unos minutos de estar fundidos el uno con el otro, mirar a sus ojitos, verlo cómo casi empezó a sonreír, como diciéndome el mayor ¡GRACIAS! que he recibido en mi vida.

Soy yo quien le agradezco por su ser, por su existencia, por mover tantas fibras en mí, por generar las lágrimas que salen en este momento mientras escribo. Las que he tenido atrancadas por tantas horas.

Me inunda la tristeza, el desconcierto, el no poder comprender cómo se nos pasa por la cabeza tantas barbaridades que cometemos con los niños.

Estamos tan heridos como adultos, que sometemos a los más débiles, a los que no se pueden defender. Y lo más doloroso es que hay formas de sometimiento como ésta, que pasa desapercibida frente a tantos ojos, e incluso se disfraza y se justifica con la idea de que es “por el bien” del niño.

Después de un rato, y como si estuviéramos ya en un universo paralelo; miro al profesor, le tiendo mi mano, y le agradezco. Mientras nos tomamos de la mano, podía sentir en él la comprensión profunda de lo que estaba sucediendo allí.

Entonces me contó que él también se sentía mal, que también le dolía; pero que era su trabajo, que era lo que le habían enseñado. Estuvimos hablando incluso un poco de su infancia, del trato que pudo haber recibido y de cómo todos repetimos con los niños lo que nos pasó cuando nosotros lo fuimos, y no hemos logrado hacerlo consciente todavía.

Él escuchaba abierto y receptivo, sabía que no había fundamentos para seguir defendiendo lo indefendible.

Terminamos dándonos un abrazo, de alma a alma. De esos que realmente transforman; despojados de ego, de estadísticas, de supuestos saberes.

No hay nada que discutir cuando se abre el corazón, porque éste tiene todas las respuestas.

Sé que no servía de mucho ponerme a explicarle lo que sucede en el cerebro de un bebé cuando no se atiende su llanto, o contarle las consecuencias a mediano y largo plazo del maltrato en la infancia; o mostrarle cómo la sociedad actual está tan enferma gracias a los dolores y el abandono que sufrimos cuando niños…

No, él no necesitaba datos; simplemente porque de alguna forma, se permitió a sí mismo abrir su corazón, y recibir las respuestas que hacía tiempo su ser le pedía.

Me dijo que ya no sabía si podría continuar con su labor. Que algo muy dentro suyo le decía que no era el camino.

Estoy segura que mantendremos el contacto, y de todo corazón le auguro que se siga escuchando a sí mismo, y las señales de la vida; para poder elegir un camino de reconciliación con su ser.

Quedaba pendiente poder contarle a la mamá del bebé todo lo sucedido. Así que me comuniqué con ella, le dije que yo era mamá, y que me gustaba saber absolutamente todo lo que pasaba con mi bebé; que por eso la contactaba.

Que en ningún momento mi intención era cuestionar su decisión, sino simplemente ponerla al tanto de mi intervención.

Y me llevé una sorpresa hermosa cuando me pudo contar que ella tampoco se sentía cómoda, que sabía en su interior que su decisión no había sido la correcta. Pero que había sido presa del mercadeo, de la publicidad; pagando por cierto un precio muy alto en términos económicos. Aunque el alto precio económico no se compara en nada con el alto precio que se paga por los traumas y el sufrimiento de un hijo.

Esta mamá y sobre todo este profesor me sorprendieron enormemente. Me devolvieron algo de esperanza.

Sé que no podré librar a todos los niños de las torturas que viven a diario, las disfrazadas y las explícitas. Incluso a veces pienso que para qué me empeño tanto en transformar las vidas de los bebés.

Sin embargo, sé que aunque no se pueda hacer cambios contundentes en una sociedad, sí se puede por lo menos calmar el llanto de un bebé una mañana cualquiera rescatándolo de su sensación de martirio.

Si un solo bebé o un solo niño tiene una vivencia amorosa y ojalá una transformación en las personas que lo acompañan, ahí hay una enorme ganancia.

Así que elijo seguirme metiendo donde nadie me ha llamado. Ayer todo salió muy bien, puede que en otras ocasiones no sea así, pero no importa.

Los animo también a no quedarse callados, a no ser cómplices de las diferentes formas de maltrato e irrespeto frente a los más débiles.

Con respecto a estas clases de ISR, no me vengan a decir que esto salva vidas y que esa es la justificación para un tormento sistemático que se da en todo el mundo.

Hay formas mucho más respetuosas y empáticas de ayudar a salvar vidas, comenzando con no matar el alma de niños que no tienen escapatoria pues están siendo sometidos por sus mismos padres a participar de atrocidades de este tipo.

Si nos ponemos en el lugar del niño, básicamente su vivencia es la de estar siendo ahogado. Él no tiene la noción de que el profesor lo está sumergiendo por pocos segundos y que ya lo va a sacar del agua.

Esto es realmente un método de tortura, no tiene otro nombre; incluso utilizado durante las dictaduras de algunos países. Pueden indagar acerca del “submarino”.

No tengo nada que discutir al respecto, no me interesan los resultados finales después del proceso de varias clases donde los bebés han tenido que adaptarse al maltrato y encontrar respuestas para que por fin esos adultos llenos de ceguera los dejen en paz.

No me interesa ver a ningún bebé que “aprendió a flotar” después de varios días de terror, no me interesan los testimonios de los niños que se han salvado con esta “técnica”.

No, no, no, no me interesa sencillamente porque no puedo tolerar el proceso por el que tienen que atravesar para conseguir dicho resultado.

Ningún resultado -por más maravilloso que parezca, justifica el sufrimiento y la tortura a la que es sometido un bebé o un niño.

Cuestionemos por favor las clases o métodos que prometen uno otro aprendizaje, pero que no tienen en cuenta al real protagonista y sus necesidades y posibilidades. Solo se enfocan, muestran y venden el resultado final; pero no visibilizan el proceso tortuoso por el que atraviesan los niños para conseguirlo.

La mayoría de veces estos métodos, aunque parecen bienintencionados y con buen sustento de base; sólo están diseñados para satisfacer expectativas adultas, pero desatienden totalmente la noción de que “el bebé es una persona”, con todo lo que esto implica.

Si en el proceso para aprender hay angustia, miedo y desolación por parte del niño, llanto desatendido, si no se escuchan los pedidos desgarradores de auxilio; entonces esa técnica o método no es ni sana, ni respetuosa, ni necesaria en la vida de ningún ser humano.

Cuando un niño se siente abandonado a su suerte, cuando siente que su sensación de temor, de soledad, de angustia, de dolor; no es tenida en cuenta, no es escuchada ni validada; lo que aprende en realidad -más allá de la técnica a la que tuvo que adaptarse para dejar de padecer la tortura a la que estaba siendo sometido; es que debe protegerse, y apenas le sea posible, incluso atacar.

Con acciones como estas donde hay total desconocimiento del mundo infantil, lo que estamos cultivando son seres humanos convertidos en guerreros, llenos de miedo, angustia y frustración; que se relacionarán con el mundo básicamente de la misma forma en la que fueron tratados cuando no tenían ningún mecanismo para protegerse a sí mismos; y tuvieron que entregarse a las decisiones llenas de ceguera de alguien que seguramente también lleva dentro suyo su propio niño herido, y sigue repitiendo sin darse cuenta, el sufrimiento que él/ella mismo vivenció.

Autoras como Alice Miller, en su extensa obra; Rosa Jové, Laura Gutman, entre otros;  explican en profundidad el tema, y los estragos que se ven reflejados en la sociedad cuando seguimos sosteniendo prácticas que justifican el maltrato y el dolor en la infancia.

Ningún resultado por más maravilloso que parezca, justifica el sufrimiento y la tortura a la que es sometido un bebé o un niño.